CAT700. Un itinerario impresionista, por Adolf Fernández

 

Adolf Fernández participó en la primera edición de la CAT700. Un ciclista de fondo, brevetista confirmado y amante de la escritura como canal de transmisión de impresiones y emociones. La escritura, por otra parte, como expresión de la experiencia ciclista. He aquí su paso por la CAT700.

La noche se acaba. El aire, tibio hasta ahora, se calienta. El zumbido de los insectos y el gorjeo de los pájaros más madrugadores se intensifican y la primera crespa de luz alumbra la Serra de Pàndols. Apago el foco. Persevero en un pedaleo maquinal, robótico, ajeno a mi cabeza. Las piernas, ausentes, sólo perciben los desniveles más acusados o se resienten cuando el terreno se pone especialmente abrupto. El culo es algo más delicado. Y las cervicales, fácilmente quebradizas. Así, tres días y casi tres noches. Desde Salardú hasta el Delta de l’Ebre.

Hoy hará calor. Como ha sucedido desde la salida. Ni los altos pastos pirenaicos, por encima de los 2000 metros de altura, lo mitigan. Atravesando esa enorme balconada verde, a velocidad de crucero, olvido el cruel ascenso solitario, a pie, por la antigua estación de Llesuí, con su patético aspecto de fortaleza abandonada. Una voz rompe el silencio y atruena:
Vols una fat?
No gràcies, ja en tinc prou -contesto pesadamente.
Corono y me lanzo hacia Montcortès. No sabría decir qué es peor: arrastrar la bicicleta subiendo o descender con rampas en las piernas. La voz me adelanta a lomos de una fatbike y se aleja. Finalizo la bajada. Carretera vecinal agrícola, desamparada, hacia La Pobla. El día se acaba, pero el calor sigue siendo inclemente. Por un momento pierdo el track pero encuentro a Sublim. Juntos y extenuados llegamos a nuestro primer destino.

Es casi mediodía. Nos desplazamos entre encinares, pinos y romero, en suave y prolongado ascenso por la Serra de Llena, camino de Ulldemolins. El sonido de las chicharras es persistente. Provoca sed. Hemos dejado atrás los olivares y almendros de Les Garrigues y el regadío frutícola del Pla d’Urgell. Cuarenta y tantos grados. Veintiocho-treinta y cuatro, veintiocho-treinta y seis: se puede cifrar la agonía. Demasiado calor y mucha agilidad en las piernas. Esa es mi estrategia cuando no tengo estrategia: pedalear con la cabeza, impulsar la bicicleta de manera cerebral. Descenso tonificante a Ulldemolins, donde hacemos acopio de agua y un tentempié de fruta. Seguimos hacia el Priorat: Albarca, Cornudella, Poboleda, Torroja… El GPS registra un perfil ciclotímico. Sube, baja, sube, baja…. Me dejo llevar por la inercia, divagando sobre el riguroso paisaje que machaca los neumáticos, los frenos y las cervicales, atravesando viñas centenarias. Una orografía difícil, adusta, poco menos que exhausta, pero que devuelve con creces el esfuerzo que se le entrega. Y en bicicleta, aún más. Sigo con Sublim hasta Garcia.

El rumor que brota con energía desde el centro de la plaza del pueblo es un reconstituyente. El agua fresca recorre mi cabeza y extremidades, revitaliza el ánimo. Bocadillo de tortilla francesa y baño en El Parrissal. Estoy en Beseit, a punto de acometer Els Ports. Soledad. Pedaleo introspectivo. El calor canicular ahoga. Voy ganando altura lentamente. Bordeo precipicios calcáreos, desciendo, asciendo nuevamente….Miradas bovinas me acechan. Un bramido negro quiebra el caluroso silencio. El GPS replica indicando un error de navegación. Sed. Recupero la ruta y la estrategia: las bielas giran más por un impulso cerebral que físico, en tanto los sentidos se distraen con el paisaje. Avanzo como un penitente, sufro, disfruto….El área de la cova de les avellanes surge como una aparición: bebo, me baño, vuelvo a beber, juego con el agua. Recupero el espíritu enflaquecido por la sed y la fatiga. Me empapo de las esencias que desprenden este tipo de viajes, hacia afuera y hacia adentro. La bajada del rey Caro me reafirma.

Se pone el sol cuando planeo en el Delta de l’Ebre abriéndome paso entre miríadas de mosquitos. Me desafían. No podrán. Un perro ladra y se lanza a la carrera tras de mí. Aprieto el manillar y las bielas con todas mis fuerzas. El ladrido se apaga al poco. Sólo los insectos pueden seguir mi estela. El GPS se desgañita y casi enloquece en el entramado de canales, pistas y carreteras repletas de aves acuáticas que se sobresaltan a mi paso. La bicicleta percibe la tersura de la arena. Estoy en la playa del Trabucador.

Finalizo la primera CAT700, una brevet no circular más allá del asfalto, una travesía en autosuficiencia donde la soledad y la compañía son bienvenidas. Un ejercicio de introspección cosiendo a pedaladas Catalunya de norte a sur. Una suerte de viaje impresionista de sensaciones y emociones. Una inmersión a fuego lento en los paisajes y parajes recorridos, preñada de cavilaciones, de calor redundante, de agotamiento muscular y dolor cervical, de perfiles hostiles hasta la extenuación, de vivificantes bajadas, de agua, de espuma de cerveza, de trochas ásperas y pistas firmes sin oleaje, de austeras pensiones y noches estrelladas. En definitiva, un itinerario impresionista con un impresionante itinerario.